Plimpton entre lo complejo y lo real

 Plimpton entre lo complejo y lo real


En un universo infinito cualquier cosa da problemas, pero esta vez son los números quienes lo tienen.

Así comienza nuestra historia en el planeta Plimpton, un mundo mágico y maravilloso donde vivían los números reales y sus familiares, preocupados por no hallar la solución a uno de los tantos ejercicios del legendario italiano Ruffini, de tal manera que debatían las mil formas para resolverlo y como ninguna daba resultado; los enteros se cansaron de tantas pruebas y se levantaron de sus asientos diciendo:

-Es evidente que la solución no la tenemos nosotros, debemos buscar a otra clase de números para que juntos encontremos la respuesta a semejante problema matemático.

-¿Pero a quién podemos recurrir? –preguntaron con preocupación los irracionales que se oponían a dividir a todo el mundo-.

-¡Llamemos a los eruditos, me refiero a los complejos! –Respondieron los naturales, que eran muy elementales.

Estando de acuerdo todos los presentes fueron solicitados en el planeta Plimpton, los famosos por su sapiencia, los Complejos.

El tiempo junto con sus caprichosos minutos y segundos iban pasando, de pronto, llegaron en una elegante vonal el conjunto de los irracionales, quienes miraron a su alrededor esperando ser recibidos. Los reales quienes pensaban que eran los reyes de universo contaron todo lo que estaba sucediendo, la cantidad de raíces que habían pensado y su intento infructuoso.

La casta italiana se hizo presente llegando los hijos de Bombelli los imaginarios, muy cultos estudiaron dicho ejercicio en menos de cinco minutos, concluyendo que para finalizarlo era necesario su presencia, abriéndose paso entre la multitud, fueron desfilando distintos tipos de cifras quienes incluyéndose en el ejercicio pudieron terminarlo correctamente.

Asombrados los enteros que muchas ocasiones fueron negativos a buscar la solución, ahora estaban algo optimistas y positivos por la aclaratoria expuesta por los sabios complejos, al partir ellos se despidieron agregando:

-Algunos ejercicios requieren cifras más extraordinarias y de mayor rango.

En ese instante abandonaron el lugar dejando absortos al conjunto de los reales, que desde hacía muchos años tenían asperezas con los imaginarios, debido a su petulante actitud. Sin embargo, los racionales saltaban de alegría por la forma tan fácil de solventar la situación, propusieron a los demás la idea que los dos grandes conjuntos de la Matemática vivieran todos en Plimpton ayudándose mutuamente, pensamiento que no agradó a la presumida Simbología, quien molesta exclamó:

-¡Es absurdo! ¿Cómo se puede vivir con dígitos tan vanidosos? ¡Sólo a ustedes se les ocurre!

-Pero, no es la primera vez que ellos nos ayudan, debemos retribuirles el favor, seríamos un gran equipo –suplicaron los racionales.

-¡No estamos de acuerdo! –Gritaron con desenfreno el resto de los números-.

-Vendrán muchas dificultades –aseguraron preocupados los Naturales.

Tiempo después en su alta esfera los números complejos irónicamente exclamaron:

-Tan inteligentes, de sirvientes serán buenos los racionales.

-A ver con que saldrán estos rechazados, no pueden ser comparados con nosotros, pues nuestras operaciones son eficientes y rápidas.

Al escuchar tal cuestionamiento los racionales se ofendieron decidiendo volver a su grupo de donde nunca tuvieron que salir, una vez organizados las operaciones fueron fáciles, en ese momento…

-¡Victoria! ¿Por qué duermes en clase? –Llamó la atención el profesor de Matemática-.

-Disculpe profe, es que ya tengo la solución del ejercicio y la explicación al problema de los números, es algo complejo y real.

Cadbury

Cadbury 


Cada tarde en las afueras de un centro comercial, se sentaba una hermosa adolescente con dos bolsas llenas de dulces, a quien de cariño la apodaron Candy, pues se ganaba la vida vendiendo los dulces más sabrosos para ayudar a su mamá; maestra de una escuela en las afueras de la ciudad.

La jovialidad y carisma de Candy eran sus principales cualidades que atraían muchos clientes, con una sonrisa angelical, ojos color café rodeados por unas encrespadas pestañas que dejaban anonadado a todo el que la viera.

Así que gustosos compraban todos los caramelos que podían, haciendo que su negocio prosperara en tan solo unas semanas, pero las ventas se vieron afectadas con la inesperada popularidad del chocolate, que ya era deseado por todos los habitantes de ese lugar, su exquisito sabor superaba a los caramelos que ofrecía Candy, era un manjar muy costoso y ella aún no tenía el dinero suficiente para comprar la mercancía y ofrecerla a sus clientes.

Triste decidió emprender otro camino en busca de mejores oportunidades. Un día Yorvy al darse cuenta de su preocupación y para darle ánimo le regaló una barra de chocolate, sin saber que sería el principio de una gran historia. Candy la recibió sabiendo que los chocolates habían truncado su destino, la llevó a su casa, la colocó en una repisa mientras que descansaba del arduo día que había tenido. En ese momento alguien preguntó:

–¿A caso no vas a probarme?

–Extrañada dio miradas a los lados buscando de dónde provenía la voz, pero no encontraba quién podría haber sido. En un descuido sintió algo trepando por la sabana de su cama, con miedo giró y observó a la barra de chocolate que molesta se acercaba reprochándole su falta de atención. Candy aterrada gritó mientras que Cadbury angustiado le pidió que se callara. Una vez tranquila, Cadbury comenzó a presentarse:

–Soy descendiente del exquisito manantial de cacao de este país, mi nombre se debe a la empresa tan reconocida que me representa, soy muy buen amigo de Yorvy y he sido solicitado por mi distinguido e increíble sabor; además siento que debo cumplir con una misión ¿y tú quién eres?

–Soy Alexandra, pero de cariño me dicen Candy, estudio y vendo caramelos en la calle.

–Ah que bien, interesante –agregó indiferente.

–¿Y qué misión sería? –interrogó curiosa la adolescente.

–Ya veremos, mientras tanto ponme en la nevera, no pretenderás que me derrita aquí en la intemperie, ¿o sí? –cuestionó el chocolate.

–¡No, para nada!, te pondré ahí y ya mañana veré que hacer contigo. –contestó Candy.

–Yo también veré que hacer–replicó en susurros.

–¿Disculpa? ¿Dijiste algo? –Preguntó extrañada la joven.

–No señorita, no dije nada –aseguró Cadbury.

Candy tomó el chocolate y lo refrigeró, al día siguiente cuando fue a verlo se encontró con una mágica e inesperada sorpresa.

–¿Y todos estos chocolates? –demandó sorprendida Candy al ver muchísimos chocolates en su refrigerador.

–Son para vender cariño, cortesía de Cadbury.–explicó el chocolate.

–¿Tú los trajiste? –Interpeló Candy

–No, los fabriqué –contestó sarcástico Cadbury.

–Hoy debes venderlos todos, menos yo, por supuesto –continúo.

–Está bien. –aceptó indecisa.

Esa tarde, Candy se sentó otra vez donde siempre acostumbraba, exhibiendo los sabrosos chocolates Cadbury, que de inmediato llamaron la atención y rápidamente fueron comprados. Candy emocionada agradeció a Cadbury por haber conseguido tantos chocolates, él orgulloso agregó:

–Aún debo buscar más para que vendas. Una vez tengas el dinero suficiente para mantener el negocio dejaré de hacerlo. ¿Te parece?

–Sí, muchas gracias, pero ¿Cómo conseguirás el resto de los chocolates? –inquirió ella.

–¿A casó has visto que un mago revela sus secretos? –interpeló con rapidez.

– Pues…

–No digas nada, ya sabemos la respuesta –añadió interrumpiendo a Candy.

Tiempo después Cadbury notó que Candy no había comido ni un solo chocolate de tantos que él le había conseguido, así que un día curioso indagó:

–Candy, ¿has probado el chocolate?

–No, ¿por qué? –preguntó.

–¿Cómo es posible que una chica como tú, con ese apodo, no ha probado los chocolates? –exclamó molesto.

–Pruébalo, cambiará tu vida –aseguró Cadbury luego de un rato.

Candy tomó una barra de chocolate, quitó el envoltorio y finalmente lo probó, en ese instante, se percató del magnífico e irresistible sabor que los caracterizaba, entendió porque la gente los buscaba con tanta desesperación. Estuvo unos minutos degustando tan delicioso manjar que, Cadbury inquieto la miraba fijamente esperando una respuesta, hasta que Candy habló con entusiasmo:

–Es la mejor chuchería que he probado en toda mi vida.

–Un momento… de ahora en adelante cuando te refieras a los Cadbury diles dulces si no gustas decirles chocolates, pero chuchería es algo muy ordinario para tan excelente producto. Y ¿vez? Yo te ofrezco cosas exquisitas, del nuevo mundo. –aclaró el pequeño chocolate.

Candy luego de escucharlo miró los chocolates que estaban en la bolsa, quedó pensativa por unos minutos, haciendo caso omiso a Cadbury que quería seguir conversando. De pronto…

–¡Tengo una idea! –expresó alegre Candy abrazando a Cadbury.

–¿Ahora qué ocurre? –interpeló asustado Cadbury que no estaba acostumbrado a tantas emociones, pues vivía en un mundo de indiferencia y desinterés.

–Tengo un proyecto en mente, abrir una tienda exclusiva que ofrezca todo tipo de chocolates. –Contó Candy.

–¡Es un excelente proyecto! La mejor decisión que has tomado –aseguró Cadbury.

–¡Ya sé cómo la llamaré: Cadbury Store! –añadió ella quien no dejaba de agradecer todo lo que él había hecho a su favor.

Era el momento en que Cadbury debía irse y como no le gustaban las despedidas le dejó una nota en su cama, lugar donde se habían hablado por primera vez, agradeciéndole por tantas aventuras y por devolverle la sonrisa, además le afirmó que sería exitosa con su negocio y que nunca la olvidaría, dejando como posdata las siguientes palabras: “Candy y Cadbury para siempre”. Candy se entristeció al leer su nota porque sabía que no lo vería en muchísimo tiempo, por eso; escogió un lugar especial en su tienda para recordar al mágico chocolate que había cambiado su vida.