El peor de los Keres

El peor de los Keres



¡Qué horrible es el encierro! Toda mi vida encerrado y limitado de tantas cosas que cualquiera pudiese hacer: recorrer el mundo, conocer nuevas personas o sencillamente descubrir cosas nuevas, pero, desafortunadamente ¡a mí no me dejan!, aseguran que soy malo, que tengo muchísimo poder y que lo desconozco, señores eso es una vil mentira; si me comparan con mis tíos soy tan tonto que parezco inofensivo, lo que más quiero es ir más allá de estas cuatro paredes, luego de que eso suceda estaré feliz.
La rutina es lo peor de mi vida, no entiendo como a esos que viven conmigo les gusta, yo espero que en algún momento deje de existir, si no tendré que irme, y aquí es donde los ignorantes preguntan: ¿A dónde irás? Lejos de aquí
-¡Keres! –Llamó mi mamá.
-¿Qué sucede? –Le pregunté despertando de una larga siesta.
-Ya sabes, no eres un pequeño para que te estén mandando. –replicó ella.
Malhumorado fui al lugar de las mil torturas (denominado así por mí), sin otro remedio estuve allí largo rato esperando que me revisaran como por sexta vez, según mi mamá me había fortalecido, quizás sea bueno. –pensé-.
Pasaron los días, todo seguía igual, sobre todo el encierro. Hasta que me cansé y tomé la mejor decisión de mi vida: Irme.
Un día me observaban dos personas me colocaron en una placa de Petri, ustedes se preguntaran ¿cómo se tanto de laboratorios? Sencillo, vivía en uno. Al cabo de un rato, en un descuido de aquellas personas, me deslicé tan rápido en la placa. Había agua en la mesa, resbalé y caí al piso, partiendo la placa, aproveché dicho instante, salí corriendo del laboratorio por la hendija de la puerta, atravesé ventanas, hasta que llegué a algo que llaman “carretera” y por fin libre continué mi camino.
En mi trayectoria me encontré con gatos, perros, zorrillos, ratones, osos caballos y camellos. Pasé por un desierto, estuve a punto de morir, afortunadamente, en mis ataques de desesperación me subí en un camello que llevaba consigo a una persona y ahí pude sobrevivir hasta que llegamos a la ciudad. Luego supe que debía hacer más clones de mí mismo, esta suerte no me duraría para siempre, y así lo hice.
En una ciudad de grandes edificios, mágicamente me vio un adolescente como de unos 15 a 16 años que caminaba junto con su mamá, sin preguntarme nada me tomó de mis patitas y me metió en su bolso, luego me llevó a su casa, me colocó en una canasta y preguntó en voz alta ¿Quién eres? yo respondí:
-Mi nombre es Keres, soy un virus.
-Soy Kevin. ¿En serio eres un virus? –Preguntó  extrañado-.
 Claro, ¿acaso no lo parezco? –Pregunté con picardía-.
-La verdad no, mi mamá es doctora y según lo que me ha dicho los virus no son así, mucho menos hablan y caminan como tú. –Contestó el chico un poco aterrorizado-.
-¡Qué te digo! Soy invencible. –comenté-.
-¿eres el virus del herpe, sida, ébola, gripe o sarampión? –Insistió-.
-¡No seas tonto, chico! Ni que los virus supiéramos que somos o que provocamos, por los momentos soy Keres y eso bastará. Si no es mucha molestia, ya que me trajiste aquí, es preciso que me muestres la ciudad –afirmó-.
-No puedo hacer eso, debo reportarte, puedes causar mucho peligro –expresó-.
-Hazte el cargo de que soy un virus bueno, así que o me sacas tú o me escapo, tú decides –repliqué-.
Sin otro remedio dijo:
-Está bien, en la mañana saldremos.
Cumplió su palabra y ya a las 10 de la mañana estábamos en el centro de la ciudad, él me mostraba todo y yo como un niño observaba, al mirar a los humanos, me provocaron sensaciones terribles, me recordaron ese horrible laboratorio, pero deje pasar por alto esos sentimientos. Días más tarde, molesto puse en práctica mi venganza hacia los humanos. Con mis clones establecí un plan para entrar en los cuerpos de solo algunas personas, pero nunca conté con que me iba a expandir a otras, sin embargo valió la pena, ya que muchas comenzaron a sentir rechazo por los demás, extraño, ¿no?. Empezando el plan decidí irme de la casa de Kevin, no quería ocasionarle problemas, le dejé una nota agradeciéndole por todo, deseándole suerte y que tendría que irme.
Me reproduje más que el pez Luna, comencé adherirme en todas partes, cuando por fin la primera comunidad estaba contagiada salte de la alegría y en el medio de la calle grité por fin quien era:
-¡Soy el coronavirus!
Y con mi cetro mágico infesté a todo el estado y a todo el país, hasta que los hospitales no pudieron atender más enfermos, los que me estudiaban en el laboratorio quedaron graves, yo llegaba por la noche a las casas contagiando a la gente y al día siguiente presentaban malestar, fiebre y en un descuido mi amiga la pelona se los llevaba, el gobierno hizo lo único que sabía, decirle a las personas que se quedarán en sus casas, algo parecido a mi vida, pero como ellos eran como yo pues se contagiaron más por no acatar las órdenes.
Finalmente conseguí en las calles a Kevin enfermo y moribundo, mirándome me reclamó:
-Yo no te hice nada, ni siquiera soy científico, y hasta mi vida está en peligro por algo que nunca pudiste superar, disque mi amigo.
Impactado, sin poder revertir nada, quise explicarle que mi maldad no era para él, pero no había tiempo para escusas o justificaciones en dicho instante se desvaneció enfrente de mis ojos y murió por un paro respiratorio. Quedé destrozado en ese momento, mi familia llegó a felicitarme pero ya de nada servía, la única persona inocente de mi mundo había muerto, su mamá llegó desconsolada a llevárselo y yo, para que quería la vida, me tiré al mar en pleno mediodía para perecer, en el último instante recordé mis clones y supe que seguiría haciendo daño, sin embargo Keres dejó de existir, quedando como tortura y mortandad su hermano gemelo Covid-19.